Como su propio nombre indica, La Cocina del Huerto se encuentra maravillosamente situado junto a un jardín de hierbas y un huerto desde los que se extraen la mayoría de verduras frescas de la carta. A pesar de ser un restaurante cubierto, disfruta de una sensación al fresco gracias a las ventanas de cristal que lo rodean. Este restaurante forma parte del impresionante Es Reveller Art Resort.
Situado cerca de Campos, puede estar un poco alejado de las zonas más habituales, pero solo por ver sus jardines el viaje valdrá realmente la pena.
Cascadas de buganvillas a lo largo de caminos secretos, las elaboradas fuentes generan un suave oleaje, y los nenúfares japoneses emanan una paz que te invita a detenerte y hacer balance. Entre todo este paisaje natural aflora el arte, abarcando épocas y estilos, desde Tótems de Papúa Nueva Guinea hasta bustos romanos y hermosos caballos de bronce.
Se ofrecen visitas guiadas al jardín todos los miércoles y sábados, lo que constituye una perfecta introducción a su menú cerrado para cenas. El amable personal nos dio la bienvenida con una refrescante copa de cava aromatizada con fresa natural.
Al generoso aperitivo le siguió un tartar de atún sobre una capa de zanahoria y calabacín cortados finamente; las habituales verduras de cultivo doméstico en aceite de oliva casero resultaron muy sabrosas. Las pequeñas ensaimadas tostadas coronadas con manzana cocinada y queso menorquín cautivaron a mi acompañante.
Los entrantes consistieron en una elección entre una sencilla ensalada de langostinos con aliño de mostaza con miel y refrescantes trocitos de mango, o raviolis de judías verdes con salsa de curry. Los raviolis tenían un sustancioso relleno, pero si esperas un curry picante, es posible que te lleves una decepción. La salsa cremosa es muy suave, lo que te permite apreciar el sabor del relleno de judías verdes. Nos sorprendieron con un chupito de crema de trufa entre plato y plato, y fueron estos pequeños detalles, como los palitos caseros de pan y olivas y el paté de alcaparras al empezar, lo que dio a la comida un toque especial.
Lo más destacado para mí fueron las carrilleras de Sous Vide mantecosas y cocinadas a fuego lento, que se derretían en la boca. El pastel de calabacín que le acompañaba también resultó delicioso. Como postre podía elegirse entre la tabla de quesos o el helado casero. Bajo mi punto de vista, hubiera sido una buena idea ofrecer una tercera opción para los que no quieran sucumbir en una ración de quesos después de una cena completa. El helado se sirvió con una deliciosa crema mallorquina y trocitos de chocolate.
La filosofía del restaurante se centra en ingredientes de alta calidad y en su sabor natural, que no debe cargarse en exceso con diferentes salsas. La elaboración de cócteles está reservada al barman, Jaume Puigserver, que nos invitó a un alegre mojito servido con ositos de gominola y una cucharada de espuma de menta, produciendo un cosquilleo en la boca.
¿Razones por las que comer aquí?
Ver los deslumbrantes jardines y disfrutar de una tranquila velada de comida de calidad rodeada de arte hermosamente iluminado.